viernes, 27 de abril de 2007

Primera reflexiòn

¡ESO ES LA PEDAGOGÍA!
(Empleado con fines didácticos)
Hace algún tiempo recibí la llamada de un colega que me solicitaba ser árbitro en la corrección de un examen. El estaba seguro de calificar con cero a un estudiante por su respuesta a una pregunta de física, mientras que el estudiante aseguraba que debería recibir la totalidad de los puntos previstos, a menos que el "sistema" estuviese en contra suya. El profesor y el estudiante se habían puesto de acuerdo en someter el caso a un árbitro imparcial y me eligieron como tal.

Fui al despacho de mi colega y allí leí la pregunta del examen:

"Demuestre cómo es posible determinar la altura de un gran edificio con la ayuda de un barómetro".

El estudiante había respondido:

"Suba el barómetro al techo del edificio, amárrelo a una cuerda larga, descuélguelo hasta la calle. Enseguida vuélvalo a subir y mida la longitud de la cuerda. La longitud de la cuerda equivale a la altura del edificio".

Hice notar que el estudiante tenía un argumento bastante plausible para que le fuera otorgada la totalidad de los puntos, puesto que había respondido completa y correctamente a la pregunta formulada. Pero si tal calificación le era asignada, quedaría en ventaja sobre los demás alumnos.
Sugerí entonces que el estudiante tuviese una nueva oportunidad para responder a la misma pregunta. No me sorprendió que mi colega estuviera de acuerdo, pero me asombró que el alumno asumiera una posición similar.

Concedí entonces al estudiante seis minutos para que pudiera responder a la pregunta, advirtiéndole que la respuesta debía demostrar un cierto conocimiento de la física. Transcurrieron cinco minutos y no había escrito nada. Le pregunté‚ si quería abandonar la prueba, pero respondió "NO". Tenía varias soluciones al problema y estaba tratando de definir cual sería la mejor. Me disculpé‚ por interrumpirlo y le pedí que continuara.
En el minuto siguiente garrapateó esta respuesta:

"Lleve el barómetro al techo del edificio e inclínese sobre el borde: deje caer el barómetro y mida el tiempo de su caída con un cronómetro. Luego calcule la altura del edificio empleando la fórmula: S=at.

Esta vez le pregunté‚ a mi colega si aceptaba. Accedió, y asignó al alumno casi la totalidad del puntaje.

Yo me preparaba para salir, pero el estudiante me detuvo, diciéndome que tenla otras respuestas al problema.
Le pregunté‚ cuáles eran. "Ah, si! dijo el estudiante: "Hay varias maneras de determinar la altura de un gran edificio con la ayuda de un barómetro. Se puede por ejemplo, sacar el barómetro en un día soleado, medir su altura, el largo de su sombra y el largo de la sombra del edificio y después empleando una simple proporción, calcular la altura del edificio.

"Muy bien" le respondí. ¨Y ¿las otras?

"Si", me dijo. Existe un método de medida fundamental que a usted le encantará. Según este método, usted toma el barómetro y sube por las escaleras. Al subir, va marcando la longitud del barómetro, a lo largo del muro, luego cuenta el número de marcas y obtiene la altura del edificio en unidades barométricas. Es un método muy directo.

Naturalmente, si quiere un método más sofisticado, puede amarrar el barómetro a una cuerda, balancearlo como un péndulo y determinar el valor "g" al nivel de la calle y al nivel del techo del edificio. La altura del edificio puede, en principio calcularse a partir de la diferencia entre los dos valores obtenidos.

Finalmente, concluyó que existían varias maneras de resolver el problema, además de las ya mencionadas.

"Probablemente lo mejor" dijo, "es tomar el barómetro y golpear a la puerta del administrador del edificio.
Cuando este responda, usted le dice de esta manera: Señor administrador, he aquí un excelente barómetro, si
usted me dice la altura de este edificio, se lo regalo".

En ese momento le pregunté‚ si conocía la respuesta convencional al problema. Ante la pregunta admitió que sí, pero argumentó que estaba harto de todos los maestros de secundaria que pretendían enseñar como pensar, como emplear el método científico, como explorar las profundidades de la lógica de un tema estudiado y todo eso de una manera pedante, como sucede a menudo en matemáticas modernas, sin mostrar la estructura misma del tema tratado.

De regreso a mi oficina, reflexioné largo tiempo sobre este estudiante.

Mejor que todos los informes sofisticados que hasta entonces habla leído, acababa de enseñarme la verdadera pedagogía, la que se apega a la realidad. Con jóvenes como éste, no le temo al futuro.


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